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lunes, 20 de abril de 2009

Las confesiones de San Pablo (40)



LAS CONFESIONES DE SAN PABLO (40),

por el Cardenal Carlo Maria Martini.


DIOS ES MISERICORDIA.

Hemos llegado al final de nuestro trabajo de reflexión y nos damos cuenta, con tristeza, de haber recogido solamente algún baldado de agua del inmenso mar de la enseñanza que nos viene de Pablo.

Sería hermoso, como síntesis, detenernos en el tema de la oración en Pablo, o también sobre la libertad de la ley. También sería muy estimulante una reflexión sobre la visión cósmica de la salvación, como la encontramos descrita en las “cartas de la prisión”.

La perplejidad de la elección me hace decidir por una palabra de Pablo que puede ser comentada como palabra conclusiva de los Ejercicios. Es el final del discurso pronunciado en Mileto, la última recomendación pastoral antes de comenzar su pasión.

Según los Hechos de los Apóstoles, es cierto que Pablo en Mileto dice la última palabra de su vida pública. Por esto tiene un significado particular y reasuntivo de lo que el Apóstol pensaba y quería, y de cómo se lo imaginaba la Iglesia primitiva.

Ante la última palabra de Pablo, pidamos poderla comprender en el espíritu con que la pronunció, dándole toda la verdad que ella tiene hoy para nosotros, como Palabra de Dios, viva eficaz.

Te damos gracias, Señor, porque esta Palabra, pronunciada hace dos mil años es viva y eficaz en medio de nosotros.

Reconocemos nuestra impotencia e incapacidad para comprenderla y dejarla vivir en nosotros. Ella es más potente y más fuerte que nuestras debilidades, más eficaz que nuestras fragilidades, más penetrante que nuestras resistencias.

Por esto te pedimos que seamos iluminados por la Palabra para tomarla en serio abrir nuestra experiencia a lo que nos manifiesta, para darle confianza en nuestra vida y permitirle obrar en nosotros según la riqueza de su potencia.

Madre de Jesús, que te confiaste sin reserva, pidiendo que sucediese en ti según la Palabra que se te había dicho, concédenos el espíritu de disponibilidad para que podamos encontrar la verdad de nosotros mismos. Concédenos poder ayudar a todos los hombres a encontrar la verdad de Dios en ellos, haz que la encuentre plenamente el mundo y la sociedad en que vivimos y a la que queremos humildemente servir.

Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, tu Palabra encarnada, por su muerte y resurrección, y por el Espíritu Santo que continuamente renueva en nosotros la fuerza de esta Palabra, ahora y por todos los siglos. Amén.

“Y ahora los encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, al que puede edificar y darles la herencia con todos los santificados” (He.20, 32).

Esta es la conclusión solemne del discurso, sobre el que vamos a reflexionar. Tiene también, como veremos, un valor de oración litúrgica, de bendición. Pero hago notar que después hay una añadidura, como si Pablo quisiera insistir sobre un tema que siente profundamente: “Plata, oro o vestido, de nadie he deseado. Ustedes mismos saben que estas manos han provisto a mis necesidades y a las de los que andan conmigo. En todo les he mostrado que se debe trabajar así para socorrer a los débiles, recordando las palabras del Señor, Jesús; porque él dijo: Hay más felicidad en dar que en recibir” (He. 20, 33-35).

Cronológicamente, pues, la última palabra maravillosa y reasuntiva de la experiencia paulina es: “Hay más felicidad en el dar que en el recibir”.

Sin embargo, nosotros nos detenemos en el final “oficial” que es igualmente significativo y conclusivo de su vida pastoral, porque también corresponde a lo que se desea al final de un retiro.

En efecto, ¿qué representa esta palabra en la estructura del discurso de Mileto?

Pablo ha hablado a los presbíteros; ahora tiene que abandonarlos y se preocupa por lo que harán, por su porvenir. A su vez, los presbíteros se preguntan cómo llevar adelante el trabajo que han vivido juntos.

Esa palabra, pues, es la respuesta de Pablo, su recomendación su recuerdo final a la comunidad.

Puede ser útil el paralelo con la vida de Jesús. Según el Evangelio de Juan, la última palabra de Jesús, que resume todo lo que ha hecho, es: “Y yo les hice conocer a ellos tu nombre y lo haré conocer, para que el amor con el cual me has amado esté en ellos y yo en ellos”(Jn,17,26). Según el Evangelio de Lucas, la última palabra es una invitación a la vigilancia: “Velen, pues, en todo tiempo, orando para que puedan librarse de todo lo que ha de venir y comparecer delante del Hijo del hombre” (Lc. 21, 36). Esta invitación se encuentra también en la penúltima palabra del discurso de Mileto.

Análogo es el final en Marcos, mientras en Mateo es el juicio sobre las obras de misericordia.

Cada evangelista hace concluir la predicación pública de Jesús con lo que es particularmente significativo para cada uno.

Así los Hechos hacen concluir la vida pública del Apóstol con una frase que es significativa por todo lo que Pablo es, proclama, cree, vive.

Podemos tomarla como recuerdo de los Ejercicios para que nos ayude a mantener los propósitos y esa intuición del designio de Dios que en estos días, por su gracia, hemos tenido.


Estas meditaciones están recogidas en el libro “Las confesiones de San Pablo”, editadas por la Editorial San Pablo en su colección Espiritualidad Nueva. Recomendamos vivamente la compra y lectura de este libro, que apenas cuesta 8 €, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.



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