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lunes, 15 de diciembre de 2008

Las confesiones de San Pablo (22)



LAS CONFESIONES DE SAN PABLO (XXII),

por el Cardenal Carlo Maria Martini.


Conversión y desilusión. La experiencia que vivió Pablo.


En este punto, podemos preguntar a Pablo: ¿cómo viviste durante estos diez años? ¿Qué significó para ti esta prueba de soledad y de marginación respecto de la comunidad? ¿Qué pensabas en Tarso por la tarde, a la orilla del río, cuando ibas a pasear allá solo, y nadie te conocía, y recordabas el camino de Damasco, tus primeras predicaciones y los primeros rechazos? ¿Cómo viviste esa experiencia dramática?


Pablo nos recuerda, ante todo, que no fue el primero en vivir esta experiencia. Muchos siglos antes que él, Moisés, expulsado de Egipto y olvidado de sus pueblo, vivió en el desierto una experiencia semejante. También Elías se sintió abandonado de todos, huyó al desierto, estuvo tremendamente solo y hasta se deseó la muerte.


Al hablarnos de sus sentimientos, Pablo nos puede decir que la primera reacción fue ciertamente de indignación, de echar pie atrás y hasta de resentimiento. ¿Por qué perder las fuerzas y la vida por gente que trata mal, por una Iglesia y por los llamados cristianos que no saben corresponder? Es un resentimiento que anida dentro, que no deja en paz y que, finalmente, -como siempre sucede- se vuelve en un resentimiento también contra Dios. ¿Por qué Cristo me llamó y me sedujo para reducirme después a trabajar en mi tienda de Tarso sin perspectivas? ¿Hay en realidad un designio de Dios sobre mi vida, o no son sino sueños? ¿Qué querían decir aquellas palabras que resonaron en mi oído: “Pero levántate, y ponte en pie; pues me he aparecido a ti precisamente para elegirte como servidor, como testigo que me has visto ahora y de lo que te revele en adelante. Te elegido de en medio de tu pueblo y de los gentiles”? (Hechos. 26, 16-17). El resentimiento contra Dios es la dificultad para aceptar la providencia y el modo misterioso e incomprensible de la acción divina.


Pablo pasó –lo podemos decir con seguridad- por estos momentos. Son momentos por los que pasan los santos. Ningún santo se ha librado de esta angustia interior, y, por tanto, tampoco el Apóstol. Pero después de la indignación y el resentimiento, por gracia de Dios, emerge la reflexión y nace una pregunta pequeña pero capaz de romper la oscuridad de un cielo cerrado: “¿Y si aquí hay una palabra providencial para mí?” Una palabra como la de Job 5, 17-20, conocida por Pablo, pudo penetrar poco a poco, como una medicina en su corazón: “Oh, sí, feliz el hombre que por Dios es corregido, y no desprecia la enseñanza del Omnipotente! Porque Él hiere y después sana la herida, llaga y su misma mano cura. Seis veces te librará de la angustia; y siete el mal alejará. Durante el hambre te salvará de la muerte, y en la guerra, del golpe de la espada”.


Pablo, que ciertamente leía y releía la Escritura, quedó sanado por la Palabra de Dios que también aquí realiza su función de bálsamo, de liberación y de consuelo. Al escucharla, la reflexión previa se convierte en iluminación y Pablo vuelve a entrar en esa luminosa revelación que fue el encuentro de Damasco. Y que vuelve a ella lo comprobamos en dos líneas que vemos en sus cartas:


a) Una línea es la reflexión escatológica que desarrollará en la Primera Carta a los Corintios: “Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa” (1 Cor. 7, 29-31). Pablo reexamina su celo apasionado, dándose cuenta de que se había ligado a proyectos inmediatos, mientras que el Reino de Dios está más allá y por encima de todo; que las cosas por buenas o interesantes que sean, pasan, y solamente permanece el Señor.


b) Una segunda línea es una iluminación: la obra es de Dios: es Dios quien pone tiempos y condiciones. Se realiza, así, en Pablo, una segunda expropiación de sí mismo. La primera, cuando había renunciado a sus privilegios de fariseo, de hebreo hijo de hebreos. La segunda expropiación o desasimiento consiste en tener que perder aquello de lo que justamente podía jactarse: apóstol de la palabra fácil, del lenguaje persuasivo, fogoso, violento, muy superior a la tímida expresión de los otros de Jerusalén.


Pablo comprende que todo esto es importante, pero que la obra es del Señor; “¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a su amo; pero quedará en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo” (Rom. 14, 4). En nuestro proyecto, los acontecimientos tenían que desarrollarse de una cierta manera, pero es el Señor quien tiene en su mano la obra: “¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?... ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio. Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios” (1 Cor. 3, 5-9). Vosotros no sois mi campo, mi edificio: es el edificio de Dios.


Por medio de estas experiencias dolorosas, Pablo llega al conocimiento de que Dios es el Señor y de que el siervo de Dios se prepara expurgando el corazón de todo lo que pueda ser éxito personal, para convertirse en instrumento cada vez más apto en las manos de Dios.


En este punto es cuando llega la noticia a Tarso de la llegada de Bernabé para decirle a Pablo que, si quiere, en Antioquia hay una comunidad joven que lo desea. Le propone que vaya con él para comenzar a trabajar. El prosigue, de forma nueva, lo que diez años antes había comenzado con tanto celo, pero poniendo mucho de sí. En el misterioso designio de Dios, todo ese celo tenia que pasar por el fuego purificador hasta llegar al amor.



Estas meditaciones están recogidas en el libro “Las confesiones de San Pablo”, editadas por la Editorial San Pablo en su colección Espiritualidad Nueva. Recomendamos vivamente la compra y lectura de este libro, que apenas cuesta 8 €, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.

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