Entre los pocos hombres del AT que no estaban conformes con todas estas locuras estaba Joaquín.
Joaquín nunca pretendió hacer pasar a su camello por el ojo de una aguja, entre otras cosas, porque nunca tuvo dinero para permitirse un camello; y nunca dio piedras preciosas a los cerdos, porque tampoco tuvo piedras preciosas.
Joaquín trabajaba en una viña de sol a sol por un denario, sin acongojarse sobre qué comería o qué vestiría el día de mañana. Era partidario de los lirios del campo vestidos por Dios mejor que Salomón, y de las aves del cielo a las que alimentaba el Padre Celestial.
Por las tardes, cuando el amo de la viña les pagaba el denario a los jornaleros, Joaquín no protestaba porque el amo les diese también un denario a los que habían trabajado sólo por la tarde.
Y es porque Joaquín no le importaba el dinero. Un tipo raro, este Joaquín. Un pobre despistado que no sabía todavía que el hombre es un vertebrado ganador de dinero.
Pues bueno; sucedió que un día Joaquín vio a Ana por una calle de Jerusalem, y desde aquel momento empezó a tambalearse todo el AT.
Tomado del libro: "María, el Carpintero y el Niño", de P. Pedro María Iraolagoitia, S.J., Ediciones Mensajero
http://www.mensajero.com/catalogo.php?q=Iraolagoitia&x=0&y=0
Recomendamos su compra y su lectura completa, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.
1 comentario:
Ohhh qué libro más apetecible Radiomariano¡¡
Gracias.
Un beso.
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