Un día que María volvía del lavadero con un cubo de ropa bastante grande, José le ayudó a llevarlo hasta casa. Hay que darse cuenta de que la ropa mojada pesa bastante. Otros días el cubo era bastante más pequeño, pero José también la ayudaba a llevarlo. A María, José le estaba pareciendo cada día más simpático, más noble, más caballero. José era joven, claro que sí. Ese San José viejo de las barbas, de los cuadros y de las estatuas, es un absurdo. Dios preparó el matrimonio de José y María para cubrir el misterio de la Encarnación. Y un matrimonio de un viejo así con una joven hubiera sido, cuando menos, muy llamativo.
María estaba empezando a querer a José. Y ella misma no se explicaba cómo, porque Ella había hecho aquel voto que pensaba cumplirlo por encima de todo. Y, a pesar del voto, no sentía remordimiento ni escrúpulo alguno en pensar en José; hasta le parecía cosa de Dios. Ella no sabía como explicarlo. Cosas de Dios. Y, en este caso, muy de Dios.
Tomado del libro: "María, el Carpintero y el Niño", de P. Pedro María Iraolagoitia, S.J., Ediciones Mensajero
http://www.mensajero.com/catalogo.php?q=Iraolagoitia&x=0&y=0
Recomendamos su compra y su lectura completa, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario