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viernes, 15 de abril de 2011

El secreto de María. Reedición_2.(24)


EL SECRETO DE MARÍA (XXIV)

Quién sabe si no serás tu uno de esos elegidos, “llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María por los cuales esta Bienaventurada Virgen Soberana hará grandes maravillas en la tierra para destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo su Hijo sobre el corrompido mundo”. Si te miras, dirás que es imposible; si miras a María, se hará en ti según la palabra que le fue dada por boca del angel.

Y como de lo que habla la boca, rebosa el corazón, esta piedad interior o culto de hiperdulía se exterioriza en unos gestos de los que trata seguidamente San Luis María:

60) Además de la práctica interior de esta devoción, que acabo de describir, hay otras exteriores, que no se deben omitir ni despreciar.

Consagración y renovación.


61) La primera es entregarse, en algún día señalado, a Jesucristo, por manos de María, cuyos esclavos nos hacemos, comulgar al efecto en ese día y pasarlo en oración. Y esta consagración ha de renovarse por lo menos todos los años en el mismo día.

Ofrenda de un tributo a la Santísima Virgen.


62) La segunda dar todos los años en el mismo día un pequeño tributo a la Santísima Virgen en testimonio de servidumbre y dependencia; tal es siempre el homenaje de los esclavos para con sus señores. Consiste, pues, este tributo en alguna mortificación, limosna o peregrinación, o en algunas oraciones. Lo importante es que, si no se le da mucho a María, debe al menos ofrecerse lo que se le presente con humildad y agradecido corazón.

Celebrar especialmente la fiesta de la Anunciación.


63) La tercera es celebrar todos los años con devoción particular la fiesta de la Anunciación, que es la fiesta principal de esta devoción establecida para honrar e imitar la dependencia en que el Verbo eterno por amor nuestro en este día se puso.

Rezar la Coronilla de la Santísima Virgen y el Magnificat.


64) La cuarta práctica externa es rezar todos los días el Santo Rosario (sin que haya obligación bajo pena de pecado por faltar a ello), y rezar frecuentemente el Magnificat, que es el único cántico que tenemos de María, para dar gracias a Dios por sus beneficios y para atraer otros nuevos; sobre todo no se ha de dejar de decir después de la Sagrada Comunión.

MAGNIFICAT (Lc 1, 46-55)


Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre
. Gloria al Padre.

Llevar la cadenilla.


65) La quinta es llevar una cadenilla bendita al cuello, al brazo o al pie o a través del cuerpo. Esta práctica puede en absoluto omitirse, sin perjuicio de lo esencial de esta devoción; sin embargo, será pernicioso despreciarla y condenarla y peligroso descuidarla. He aquí las razones de llevar esta señal exterior: 1) Para librarse de las funestas cadenas del pecado original y actual, que nos han tenido atados. 2) Para honrar las sogas y ataduras amorosas con que nuestro Señor tuvo a bien ser atado para tornarnos verdaderamente libres. 3) Ya que estas ataduras son de caridad, traham eos in vinculis caritatis, para hacernos recordar que sólo debemos obrar movidos por esta virtud. 4) Y en fin, para recordarnos nuestra dependencia de Jesús y de María en calidad de esclavos.


¡Oh cadenas más preciosas y más gloriosas que los collares de oro y piedras preciosas de todos los emperadores porque nos atan a Jesucristo y a su Santísima Madre!


Hay que notar que conviene que estas cadenas si no son de plata, sean al menos de hierro, para llevarlas con comodidad. No deben dejarse nunca durante la vida, para que nos acompañen hasta el día del juicio. ¡Qué gozo, qué gloria, qué triunfo para el consagrado, cuando al sonido de la trompeta resucite adornado todavía con esta cadena, que, probablemente, no se habrá gastado aún! Este solo pensamiento bastaría para que te animes poderosamente a no dejarla nunca.

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