EL SECRETO DE MARÍA (XVIII)
“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha”. 1 Corintios 13, 1-3.
Podría ser el resumen de lo leído ayer. Donde San Pablo pone caridad, cambiémoslo por María y habremos puesto rostro al amor. Porque, ¿alguien duda que María, que es reina de los ángeles, no tuvo poder para detener con un pensamiento suyo
Veamos con que galas y trajes nos adorna María a cambio de nuestros pobres méritos ofrecidos a Dios por su medio.
38) ¡Ay, buen Señor! ¡qué poca cosa es todo cuánto hacemos! Pero pongámoslo, con esta devoción, en manos de María. Una vez que del todo nos hayamos dado a Ella, en cuanto darnos podamos, despojándonos en su honor de todo, Ella, infinitamente más generosa, se comunicará del todo a nosotros, con sus méritos y virtudes; Ella colocará nuestros presentes en la bandeja de oro de su caridad; Ella, como Rebeca a Jacob, nos revestirá de los hermosos vestidos de su primogénito y unigénito Jesucristo, es decir, de sus méritos, que a la disposición de Ella están; y así, como esclavos y domésticos suyos, después de habernos despojado de todo para honrarla, tendremos dobles vestidos (omnes domestici ejus vestiti sunt duplicibus); trajes, galas, perfumes, méritos y virtudes de Jesús y de María, en el alma del esclavo de Jesús y de María, despojado de sí mismo y fiel en vivir su consagración.
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