28. ¡Cuánto alivio en mis miserias y cuánto consuelo en mis tribulaciones y qué esfuerzo recibo en la tentación, no bien pienso en Vos e imploro vuestro socorro, ¡oh santa y dulcísima Madre mía, María! Sí, razón tenéis, Santos del cielo, en llamar a mi Señora “puerto de atribulados”, como San Efrén; “alivio de nuestras miserias y consuelo de desgraciados”, como San Buenaventura; “remedio de nuestro llanto”, como San Germán. Consoladme, ¡Oh Madre mía!; véome lleno de pecados, cercado de enemigos, tibio en el amor de Dios. Consoladme, consoladme y sea la consolación que me deis el hacerme empezar una vida nueva que verdaderamente agrade a vuestro Hijo y a Vos.
Jaculatoria:
Convertidme, Madre mía, convertidme, que Vos podéis hacerlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario