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domingo, 22 de marzo de 2009

VATICANO - “AVE MARÍA” por mons. Luciano Alimandi - “Abrirse a la misericordia”


Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) -

La Cuaresma es un tempo excepcional de misericordia. La Palabra de Dios y las oraciones en la Santa Misa cotidiana subrayan el primado del amor sobre el pecado: Dios salva a través de su misericordia, que se ha manifestado en el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús. Él ha venido ante todo para perdonarnos, para reconciliarnos con el Padre, pero esto es posible sólo si también nosotros vivimos, los unos hacia los otros, la ley suprema del amor, del perdón recíproco.

“Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo?” (Mt 18,21) pregunta Simón Pedro a Jesús, como destacando que debería existir un límite al perdón. “Cuántas veces”, lo repetimos frecuentemente. Jesús ofrece siempre la misma respuesta: “siempre” (Lc 18,22). Podría decirse que la enseñanza a la que el Señor ha dedicado mayor atención, energías e insistencia es justamente la de la misericordia. ¿No es acaso la más importante? ¿Y los discípulos no se han quizás mostrado tan reacios a vivirlo en serio en la propia vida, como también nosotros hoy? El Señor no deja espacio a las medias tintas y advierte: “Así también mi Padre celeste lo hará con vosotros si no perdonáis de corazón a vuestro hermano” (Mt 18,35), refiriéndose, en la parábola del siervo desapiadado, al castigo que éste recibe por causa de la falta de perdón hacia su prójimo.

La misericordia llega a ser tal sólo cuando se practica, no cuando se teoriza. Por esto Jesús anunció la misericordia con hechos y palabras indelebles que hacen brillar el primado del amor que perdona.
Una misericordia que no llevase al perdón sería falsa, por eso Jesús hace pedir, en la oración al Padre, que sean “perdonados nuestros pecados como nosotros los perdonamos a los demás” (Mt 6,12). Él identifica la perfección cristiana con la imitación de la misericordia divina: “sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre” (Lc 6,36). Toda su misión está llena de una inmensa misericordia, que se irradia por todos lados. Jesús desaprueba públicamente a aquellos que hacen vana la misericordia con el propio comportamiento. Son aquellos “escribas y fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés. Haced y observad lo que os digan, pero no hagáis según sus obras, porque dicen y no hacen” (Mt 23, 2-3).

Al centro de la enseñanza de Cristo sobre la misericordia está la parábola del “Padre misericordioso” o del “Hijo pródigo”. Toda vez que se lee se descubre algo nuevo sobre la más consoladora y maravillosa verdad: Dios es un Padre infinitamente misericordioso.

La parábola comienza así: “Un hombre tenía dos hijos;
 y el menor de ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde” (Lc 15,12). Así este hijo desgraciado deja a su padre por el mundo, malgasta todos sus bienes por el pecado, hasta perder su misma dignidad porque, sin una moneda, termina pastoreando puercos y no puede ni siquiera nutrirse de su comida, porque “nadie se lo daba” (Lc 15,16). Después de haber tocado el fondo, por un acto de humildad “entra en sí mismo” (Lc 15,17) y sube la colina para no morir sofocado por la brutal ausencia de misericordia. En efecto, el pecador que peca y no pide perdón cae cada vez más abajo, como una piedra que se hunde en el mar. Así es para quien no se deja reconciliar con Dios y con los hermanos.

El corazón se hace pesado y sólo la misericordia de Dios lo puede llevar de nuevo hacia arriba. Entonces he ahí el acto más hermoso que ese hijo pudo hacer: “me levantaré e iré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15,18). El Padre, que lo esperaba desde siempre, corre a su encuentro conmovido, lo abraza, lo besa, escucha su confesión, pero luego, cosa absolutamente imprevisible, lo quiere revestir con los vestidos más hermosos, con el anillo más precioso (cf. Lc 15,20). Quien podía imaginar una fiesta así: sólo el Padre. El otro hijo, el mayor, que regresa del trabajo, oyendo la música y las danzas, pregunta al siervo que cosa ha sucedido y cuando escucha que su padre festeja por ese hijo que regresó “se indigna y se niega a entrar” (cf. Lc 15, 25-28). El padre entonces sale a rogarle, pero él no quiere oír explicaciones (cf. Lc 15, 28-29); no conoce todavía la misericordia, porque no conoce el corazón del padre.

En el fondo en nuestro corazón están estos dos hijos: está presente la voz del hijo menor, que pide perdón y la del hijo mayor que señala con el dedo y juzga al otro.
Las dos voces “coexisten”: a veces asumimos el papel del hijo mayor y a veces el del menor. Es necesario, entonces, que crezca en nosotros la voz del Padre, que ella cubra todas las demás voces, para que nos abramos cada vez más a la divina misericordia.

El Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda a nosotros creyentes que para vencer las oposiciones y divisiones hay un solo camino: el de la humildad y el amor.
En su visita al Seminario Romano, el Papa, comentando un pasaje de la carta a los Gálatas, retomado también en su reciente Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión a los cuatro obispos lefebvrianos, afirmó: “en la carta se alude a la situación un poco triste de la comunidad de los Gálatas, cuando san Pablo dice: ‘Si os mordéis y os devoráis mutuamente, al menos no os destruyáis del todo unos a otros... Caminad según el Espíritu’ […] En esta advertencia de san Pablo debemos encontrar también hoy un motivo de examen de conciencia: no debemos creernos superiores a los demás; debemos tener la humildad de Cristo, la humildad de la Virgen; debemos entrar en la obediencia de la fe. Precisamente así se abre realmente, también para nosotros, el gran espacio de la verdad y de la libertad en el amor” (Benedicto XVI, de la lectio divina sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, Seminario Romano, 20 de febrero de 2009). (Agencia Fides 18/3/2009; líneas 64, palabras 1021)



Mons. Luciano Alimandi es un romano ordenado sacerdote en 1992 en la Diócesis de Roznava (Eslovaquia). Actualmente es miembro de la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei" instituida por Juan Pablo II y colaborador habitual de la web de la Agencia FIDES.


Podeis encontrar este texto y otros muchos que ha escrito el Padre Alimandi desde 2006 en el siguiente enlace:


http://www.fides.org/spa/approfondire/2006/index_avemaria.php

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