Cada realización histórica de la Iglesia y también cada una de sus instituciones deben remontarse a aquel Manantial originario. Deben remontarse a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es él a quien siempre celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio del cual se ha cumplido la voluntad salvífica de Dios Padre. Y, sin embargo (precisamente hoy contemplamos este aspecto del Misterio) el Manantial divino fluye por un canal privilegiado: la Virgen María. Con una imagen elocuente san Bernardo habla, al respecto, de aquaeductus (cf. Sermo in Nativitate B. V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar la encarnación del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella se dirigió el anuncio angélico; ella lo acogió y, cuando desde lo más hondo del corazón respondió: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), en ese momento el Verbo eterno comenzó a existir como ser humano en el tiempo.
HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Solemnidad de la Anunciación del Señor
Plaza de San Pedro
Sábado 25 de marzo de 2006
Solemnidad de la Anunciación del Señor
Plaza de San Pedro
Sábado 25 de marzo de 2006
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