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lunes, 23 de marzo de 2009

Las confesiones de San Pablo (36)



LAS CONFESIONES DE SAN PABLO (XXXVI),

por el Cardenal Carlo Maria Martini.




Similitudes y diversidades de la “Passio Christi” y de la “Passio Pauli”

Tratemos de ver algunas etapas de la Pasión de Cristo comparándola con la de Pablo. Subrayo tres momentos:

-el arresto de Cristo y el arresto de Pablo;

-Cristo y Pablo ante los tribunales;

-los sufrimientos físicos y morales de Cristo y de Pablo.

El arresto de Cristo y el arresto de Pablo.

“Estaba diciendo esto, cuando apareció una gran multitud, a la que precedía el llamado Judas, uno de los Doce, el cual se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?.Viendo los que estaban con él lo que iba a ocurrir, le dijeron: Señor, ¿les damos con la espada?” (Lc. 22, 47-49).

Pablo se encontraba en el templo, esperando los días de la Purificación, “cuando los judíos de Asia, habiéndolo visto en el templo, alborotaron a toda la multitud, y le echaron mano gritando: Israelitas, ayúdenos; este es el hombre que va enseñando por todas partes y a todos contra el pueblo, contra la ley, contra este lugar; más aún, ha metido a los griegos en el templo y profanado este lugar santo” (He. 21, 27-28). Toda la ciudad está alborotada.

Arrastran a Pablo fuera del templo, cierran las puertas, tratan de matarlo. Cuando llega el tribuno con la cohorte, lo arrestan y lo atan con dos cadenas. Desde este momento, Pablo permanece en prisión por largo tiempo.

¿Qué tienen en común las dos escenas dentro de su diversidad?

En ambos el arresto es a traición, injusto; es un arresto hecho a las espaldas, con una emboscada. Emboscada para Jesús y emboscada también para Pablo, suscitada por sus enemigos.

Para ambos el arresto se lleva a cabo cuando ellos trabajaban para su pueblo. Para Jesús sucede en la noche de la oración, para Pablo en el momento de la oferta cuando, después de haber traído dones para su pueblo, llevó su condescendencia hasta querer purificarse en el templo. Son atacados en el instante de su dedicación apostólica, de su servicio.

Cristo y pueblo ante los tribunales.

Jesús pasa por varios tribunales: el Sanedrín, el tribunal de Pilato, el interrogatorio con varias acusaciones a las que primero responde y, de un momento a otro calla. El proceso de Pablo queda descrito más ampliamente y lo marca una larga serie de discursos: el discurso pronunciado en las gradas del templo en el capítulo 22 de los Hechos, el pronunciado ante el Sanedrín en el capítulo 23, ante Félix en el capítulo 24, la arenga ante Festo en el cap. 25, y ante el rey Agripa en el cap. 26. Una serie de apologías de Pablo que se defiende, a diferencia de Jesús que sólo dice pocas palabras.

Es interesante notar la diversidad de las situaciones: Pablo no es un imitador servil de Jesús. Siente dentro de sí el Espíritu de Dios, inspirándose en la vida del Maestro, vive las situaciones con propia responsabilidad y se comporta con dignidad y con firmeza. Imita a Jesús en la dignidad, en el sentido de la justicia, en la nobleza de ánimo; pero obra de otro modo, en la amplitud y en el calor con que se defiende, en la tentativa de confundir a los adversarios; y logra dividir al Sanedrín haciendo pelear entre sí a sus acusadores.

Jesús testimonia con poquísimas palabras la perseverancia en la afirmación de su misión y la valentía de la palabra: “Tú lo has dicho, yo soy rey; verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha de la potencia de Dios”.

En ambos procesos, vemos que detrás de una apariencia de justicia prevalecen intereses personales, temores, choques de ambiciones individuales o de grupos. Jesús y Pablo son sometidos a las incertidumbres del juicio humano; si Pablo podía tener alguna esperanza –siempre la había fomentado en sus cartas, cuando insiste en el respeto a la autoridad-, se da cuenta que la utilidad personal, ávida y mezquina, prevalece aun en quien debería garantizar el derecho.

Los sufrimientos físicos de Cristo y de Pablo.

Los sufrimientos de Jesús parecen mucho más grandes, porque son descritos más ampliamente en la narración de la Pasión. De Pablo se puede intuir solamente la situación dramática por estar en la cárcel: en efecto, anteriormente ha tenido sufrimientos notables en las flagelaciones o en las lapidaciones a las que lo sometieron. El se refiere a ellas casi considerándolas como un acontecimiento que se esperaba.

Pablo les da más realce a los sufrimientos morales, sobre todo a la soledad. Este aspecto es el que indica más lo que une nuestra pasión con la pasión de Cristo y de Pablo.

Ciertamente los sufrimientos morales más graves que Cristo soporta son los del abandono total por parte de los hombres. Todos huyen: solamente Pedro lo sigue de lejos y luego lo niega. Jesús que en el fondo se había acostumbrado a tener siempre a alguien que lo sostenía –y este es un hábito que se hace uno- se encuentra de un momento a otro en la más extrema soledad. La soledad se aumenta con el misterioso abandono de Dios que se expresa en el grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Mucho se ha escrito, tratando de comprender lo que significa.

Las páginas más dramáticas y más bellas son quizás las de Hans Urs von Balthasar en su “Misterio pascual”: él trata de interpretar, partiendo de estas palabras, el viernes santo de Jesús, la oscuridad que cae sobre su alma y la bajada a los infiernos. Balthasar parte del principio de que podemos interpretar la pasión de Jesús partiendo de la pasión de los santos: comprendiendo la oscuridad, las desolaciones, los momentos dramáticos de experiencia de abandono que han tenido que vivir los grandes santos, podemos comprender algo de lo que Jesús experimentó antes que ellos, por todos, para consolación y apoyo de todos.

¿Qué decir del sufrimiento moral de Pablo?

Pablo experimenta a lo largo de su pasión, comprendida hasta el final de su vida, un abandono progresivo de los discípulos. El, tan lleno de carga vital, sale con afirmaciones que no logan esconder que está cansado y tiene la impresión de haber sufrido hasta el límite de las fuerzas; dice: “Apresúrate a venir cuanto antes te sea posible- son palabras de quien verdaderamente ya no puede más-, pues Demas me ha abandonado, llevado del amor de este siglo, y marchó a Tesalónica, Crescente a Galicia, y Tito a Dalmacia –como decir: me encuentro solo-. Sólo Lucas está conmigo, Toma a Marcos y tráelo contigo, pues me es muy útil para el ministerio”. Y añade: “Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal; el Señor le pagará según sus obras. Tú guárdate de él, pues ha puesto fuerte oposición a nuestras palabras. En mi primera defensa nadie me asistió, sino que todos me abandonaron. Que no les sea tenido en cuenta!” (2Tim. 4, 9-11. 14-16). Esta última es la frase más dura.

Es un Pablo distinto del que estamos acostumbrados a conocer; está cansado aun físicamente, postrado por la prisión, como aparece también en las otras cartas “pastorales” a Timoteo y a Tito. A nosotros aquí no nos interesa establecer si estos escritos son de su puño y letra, si transmiten sus frases; los tomamos como la Iglesia nos los ha transmitido, como expresión de la figura del Apóstol tal como la Iglesia primitiva la conoció y nos la transmitió.

Ciertamente nos dan la imagen de un Pablo en parábola descendiente. Ya no es el entusiasta de la carta a los Gálatas, de la carta a los Romanos, con las grandes síntesis teológicas. Es un hombre que lucha contra las dificultades cotidianas, en la soledad, y deja ver también un cierto pesimismo. Denuncia lo que está sucediendo y prevé los males futuros; el tono oscuro y deplorativo ha tomado el puesto de la esperanza, de la osadía, del ardor.

Esta prueba por la que Pablo pasó es una prueba real, en la que reconoce que ya no está en posesión completa de sus fuerzas, del optimismo, del entusiasmo, sino que tiene que habérselas con la fatiga y el acumularse de pesos y desilusiones. Dios nos quiere mostrar en él el signo de que el hombre se purifica de muchas maneras y ésta es una profunda forma de purificación.

Nos podemos preguntar si Pablo probó también el abandono de parte de Dios, las tinieblas interiores, la desolación, la noche del espíritu. Autobiográficamente no es posible determinarlo. Sin embargo, habla varias veces de las fuerzas oscuras del mal que tratan de entenebrecer al hombre, que lo acechan y no lo dejan en paz. El conoce, pues, estas potencias de las tinieblas que acechan continuamente el íntimo de cada uno de nosotros. Si nos basamos en lo que Balthasar dice de Jesús, tenemos que pensar que probablemente también Pablo vivió momentos en los que la fe quedó envuelta en tinieblas y tuvo que caminar con el solo recuerdo de toda la riqueza poseída y de la fuerza de Dios, ya no sensiblemente presente.




Estas meditaciones están recogidas en el libro “Las confesiones de San Pablo”, editadas por la Editorial San Pablo en su colección Espiritualidad Nueva. Recomendamos vivamente la compra y lectura de este libro, que apenas cuesta 8 €, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.

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