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domingo, 29 de marzo de 2009

"AVE MARIA" de mons. Luciano Alimandi - En el Sí de Cristo el Sí de Maria


Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Avanzados en el camino cuaresmal, no debe sorprendernos que toda la Iglesia célebre una de las más grandes y más importantes solemnidades: la Anunciación del Señor. Una vuelta a los orígenes, dónde comenzó todo: a la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen Maria, ocurrida por obra del Espíritu Santo.

Estábamos siguiendo a Jesús, mientras se dirigía con decisión hacia Jerusalén, para vivir los días de su pasión, muerte y resurrección, y llega el 25 de marzo, en que se celebra este gran misterio: el "Sì" de Maria que ha permitido al Verbo de Dios asumir nuestra naturaleza humana.

Como no ver en esta parada de gracia extraordinaria en el largo del camino cuaresmal, un mensaje que nos invita a mirar a Aquella que, a través de su incondicional entrega a Dios, con su "Heme aquí" (Lc 1, 38) hizo posible el Nacimiento de nuestro Señor. La Madre de Jesús encontrándose al centro de la Encarnación se convierte en colaboradora de la grandeza del misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Si no se hubiera encarnado ¿cómo habría podido, en efecto, redimirnos? Y ¿quién lo ha acogido, quién nos ha donado a Jesús, sino la Madre que está indisolublemente ligada con este Hijo? Como en Belén, también en el Calvario encontramos al "Niño y su Madre”.

El misterio de la Encarnación, que se celebra el 25 marzo de cada año, se recuerda también en la oración del Rosario, en el primer misterio de la alegría: la anunciación del ángel a Maria. El misterio del Hijo ha querido ligarse al misterio de la Madre: sin Su "heme aquí" no habría habido el "heme aquí" de Maria. Dios la eligió y la hizo Inmaculada, en vistas a los méritos infinitos de la redención. Así en Maria se conjugan de manera admirable la gracia y la libertad, la Voluntad de Dios y la voluntad de la criatura, en una total armonía.

Este encuentro amoroso de libertad ha permitido al Dios Hijo bajar a la tierra y devolver a todos los hombres que creen en Él, la libertad perdida. La libertad de la Madre, perfectamente conformada a la Voluntad divina, ha preparado el camino al Hijo de Dios.

Al ángel Gabriel que le pedía, en nombre de Dios, el consentimiento de la libre voluntad para la divina maternidad, la Virgen Maria contestó con ese "fiat" que nunca cesará. Gracias a ello brotó de su seno virginal la Flor más bella de toda la creación: el Verbo encarnado.

La Madre, en cuanto criatura, recibe todo del Hijo Dios. Este, en cuanto Hombre, ha querido recibir completamente su corazón humano de la Madre. Esta solemnidad, celebrada durante la Cuaresma, nos hace recordar la indisoluble unión que une al Hijo con la Madre. En el culmen de la Pasión resonará esa palabra testamentaria de Jesús a Juan y, así, a toda la Iglesia: "he aquí a tu madre" (Jn 19, 27). Como si Jesús nos dijera: ¡mi Madre es también vuestra Madre! La Iglesia entera ha recibido y ha hecho suya esta palabra de Jesús en la Cruz: el Hijo dejaba a San Juan a su Madre, la criatura que custodiaba "todas esas cosas meditándolas en su Corazón" (Lc 2, 19). Realmente Ella es el primero y más perfecto Evangelio viviente de Cristo.

De este modo San Juan ha sido el primero en "ver" dentro de este Corazón, en "leer" los misterios más profundos que guardaba. ¿No se debe precisamente a éste "contemplar" a Jesús por medio del Corazón de Maria, que San Juan haya podido escribir el Evangelio más profundo y sublime? Ciertamente el influjo de Maria, el perfume de su santidad, su presencia tan materna, marcaron al discípulo predilecto del Señor así como a cada miembro vivo de la Iglesia que reconoce en Maria a su Madre.

Hace veinticinco años, el 25 de marzo de 1984, el Siervo de Dios Juan Pablo II, en unión con todos los Obispos del mundo pronunció solemnemente en la Plaza de San Pedro el acto de consagración y entrega de los hombres y de los pueblos a Maria. Consagrando el mundo al Corazón Inmaculado de Maria, de forma colegial, el Papa realizaba así la petición de la Virgen de Fátima, cuya estatua, por voluntad del mismo Santo Padre, llegaba desde el mismo Santuario de Portugal a Roma. El Papa, de rodillas ante la estatua de la Virgen, presentaba las intenciones de su corazón de Pastor universal en el Corazón de su Madre.

Sólo el Cielo conoce los efectos de aquella consagración a Maria. ¿De qué nos habrá preservado un Acto tal? ¿Cuál y cuántos dones de conversión nos habrá conseguido? Juan Pablo II concluía esa afligida súplica, con esta invocación: “Que se manifieste una vez más en la historia del mundo, la infinita potencia salvadora de la Redención: ¡potencia del amor misericordioso! ¡Qué frene el mal! ¡Transforme las conciencias! Que en Tu Corazón Inmaculado se revele para todas la luz de la Esperanza!” (Juan Pablo II domingo el 25 de marzo de 1984) (Agencia Fides 25/3/2009)

http://www.fides.org/aree/news/newsdet.php?idnews=25651&lan=spa


Mons. Luciano Alimandi es un romano ordenado sacerdote en 1992 en la Diócesis de Roznava (Eslovaquia). Actualmente es miembro de la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei" instituida por Juan Pablo II y colaborador habitual de la web de la Agencia FIDES.


Podeis encontrar este texto y otros muchos que ha escrito el Padre Alimandi desde 2006 en el siguiente enlace:


http://www.fides.org/spa/approfondire/2006/index_avemaria.php

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