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martes, 10 de febrero de 2009

Carta pastoral "Madre de Dios y madre nuestra” (10)


Carta pastoral sobre la Virgen María por Mons. Josep Àngel Saiz Meneses




Tres hitos del Magisterio de la Iglesia

  1. La Exhortación Apostólica Marialis Cultus

Esta exhortación apostólica del Santo Padre Pablo VI, fue publicada el 2 de febrero de 1974, diez años después del Concilio Vaticano II. Se trata de un documento que sigue la línea trazada por Lumen Gentium y que apunta a la interiorización del sentimiento religioso, a profundizar en los aspectos doctrinales, a fundamentar el culto a María con mayor solidez doctrinal, y a la vez concreta esa línea con indicaciones y normas. Insiste en el hecho de que la devoción a María debe tener su origen y eficacia en Cristo; en Cristo encuentra su expresión más acabada y, por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre. La devoción a María tiene que enraizarse en los grandes temas de la historia de la salvación.


El Papa Pablo VI plantea el tema de la renovación del culto mariano. Dicho culto ha tomado formas diversas que dependen de circunstancias de tiempo y lugar, o de diferentes sensibilidades y tradiciones culturales. Estas formas necesitan una renovación que permita sustituir los elementos caducos, revalorizar los perennes, y sobre todo incorporar los nuevos datos doctrinales que aporta la reflexión teológica y que propone el Magisterio de la Iglesia. El Papa ofrece unos principios básicos en ese trabajo de renovación.

En primer lugar los ejercicios de piedad a la Virgen María han de expresar con claridad la dimensión trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial: El culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la Liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu.

Esta perspectiva se extiende en primer lugar y de modo singular a la Madre del Señor y después a los Santos. En la Virgen María todo es referido a Cristo. En relación con Dios Padre, la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con los dones del Espíritu Santo. La genuina piedad cristiana siempre ha puesto de relieve el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen a su Hijo Jesucristo.

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