Ana iba guapísima con el vestido de los sábados, y todavía mucho más guapa vestida toda por dentro con la gracia del Espíritu que le asomaba por los ojos.
Joaquín decidió hablar con Ana; y con el padre de Ana; y, si era preciso, con el abuelo de Ana y hasta con el patriarca Jacob.
Joaquín había tomado una decisión. El AT se estaba quedando antiquísimo.
Por fin Joaquín habló con Ana, y después de haberle dicho unas cuantas cositas que no se conservan en las historias, pero que nos las figuramos muy aproximadamente, le dijo que, antes de responderle que sí o que no, él, Joaquín, tenía que informarle francamente de varias cosas:
- que no tenía piso
- que no tenía divisas: ni talentos, ni dracmas, ni sextercios, ni nada;
- que sólo ganaba un denario al día.
Ana le respondió muy seria, que ella no se había enamorado del piso de Joaquín, ni del dinero de Joaquín, ni del abrigo de cordero persa que pudiera regalarle Joaquín, sino que se había enamorado de Joaquín.
Y se casaron.
Tomado del libro: "María, el Carpintero y el Niño", de P. Pedro María Iraolagoitia, S.J., Ediciones Mensajero
http://www.mensajero.com/catalogo.php?q=Iraolagoitia&x=0&y=0
Recomendamos su compra y su lectura completa, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario