Y no es que María no supiera la inmensa dignidad con que estaba revestida desde aquel momento. Como buena piadosa israelita, Ella conocía muy bien todas las profecías acerca del Mesías y de la que había de ser su Madre.
Sabía que ella era aquella mujer cae Dios prometió en el Paraíso que sería la gran enemiga de la serpiente.
Sabía que Ella era la Virgen prometida por Isaías que concebiría y daría a luz un hijo cuyo nombre sería Emmanuel.
Sabía que Ella era la vara de la raíz de José.
Sabía que Ella era mucho más importante que las más celebres mujeres de la historia de Israel que Eva, Sara, Rebeca, Raquel, Ester, Judit.
Sabía mucho más: todo lo que le había dicho el ángel: que estaba llena de gracia, que el Señor estaba con Ella, que era bendita entre las mujeres, que su hijo era Dios.
María sabía muy bien la dignidad a que Dios la había elevado.
Pero no perdió la cabeza. No se puso el vestido de los días de fiesta, ni se cambió de peinado.
Tomado del libro: "María, el Carpintero y el Niño", de P. Pedro María Iraolagoitia, S.J., Ediciones Mensajero
http://www.mensajero.com/catalogo.php?q=Iraolagoitia&x=0&y=0
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