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lunes, 10 de noviembre de 2008

Las confesiones de San Pablo (17)



LAS CONFESIONES DE SAN PABLO (XVII),

por el Cardenal Carlo Maria Martini.

El pecado estructural.

Es la condición del hombre histórico por la cual, de hecho, en las durezas de la vida se restringe en sí mismo y, sin quererlo, se vuelve ávido, injusto, defensor del propio bien a toda costa. Evidentemente no es solo el fruto de la malicia individual, sino la condición cultural en el sentido vasto de la palabra, social, del hombre histórico. Es el pecado inserto en los sistemas de vida, en la mentalidad, en las ideas recibidas; es un modo de ser y de vivir que la Escritura llama “mundo”, en sentido negativo, en el que, más allá de las bellas palabras, prevalece el provecho, la necesidad de aventajar a los demás, de contraatacar, de polemizar primero para no dejarse someter. Esta realidad conflictiva no la hemos escogido nosotros y podríamos pensar que nos tenemos nada que ver con ella, pero a la larga nos damos cuenta que no podemos rehuirla.

Un ejemplo de la vida de Jesús puede explicar mejor lo que acabo de decir sobre el pecado estructural y sobre el modo como nos envuelve. Es el episodio que preludia a la pasión: “Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. Había algunos que se decían entre sí indignados: «¿Para qué este despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres.» Y refunfuñaban contra ella. Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena en mí. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura” (Mc. 14, 3-8)

Se trata de un juicio sobre una acción particular. Jesús y la mujer se encuentran solos y los que los rodean, obrando por motivos de instinto, condenan aquel gesto que no saben comprender. Es un caso típico de la fuerza de la mentalidad que se comunica del uno al otro y no permite la apertura a la verdad de un gesto que tiene un significado profético. Obrando con la convicciones ordinarias, el llamado sentido común, todos se ponen en contra de Jesús que queda solo.

Pablo vive en sí mismo, y con el mundo del que es solidario, toda la realidad de esta mentalidad común cuando dice: “¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7, 24). En otras palabras, no hay salvación para mí ante la realidad de esta situación. Y añade inmediatamente: “¿Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Rom. 7, 25).

En su ceguedad el Apóstol queda penetrado, hasta el fondo en el misterio de las tinieblas del hombre y así pudo comprender la potencia de la luz de Cristo y de sus capacidades de rehacer un mundo nuevo. En la experiencia de las tinieblas percibió la potencia de la iluminación bautismal a la que, entonces, se había sometido voluntariamente por mano de Ananías, recibiendo en la Iglesia y de la Iglesia la potencia de salvación.


Estas meditaciones están recogidas en el libro “Las confesiones de San Pablo”, editadas por la Editorial San Pablo en su colección Espiritualidad Nueva. Recomendamos vivamente la compra y lectura de este libro, que apenas cuesta 8 €, pues lo que ofrecemos en este blog son extractos del mismo.

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