
El pecado fundamental.
Pablo va todavía en profundidad y, siguiendo la enseñanza de Jesús, denuncia el pecado fundamental que se encuentra en la raíz de todos los otros: “en profundidad y, siguiendo la enseñanza de Jesús, denuncia el pecado fundamental que se encuentra en la raíz de todos los otros: “ como no procuraron tener conocimiento cabal de Dios, Dios los entregó a una mente depravada para hacer cosas indeseadas” (Rom 1, 28).
Este es uno de los aspectos del pecado radical al que el hombre se inclina y al que cada uno de nosotros se encuentra profunda e inevitablemente atraídos, si la fuerza de Dios no viene en nuestra ayuda.
Pero, ¿cuál es este pecado fundamental? Se puede expresar de muchas maneras, y cada uno partiendo de su propia experiencia. Es “el pecado” del que habla Juan en cuarto Evangelio. Es, substancialmente, el no reconocer a Dios como Dios, es el pecado que esta en la raíz de la rebelión de Satanás: no reconocer que nuestra vida está determinada solamente por la escucha de Dios.
La raíz escondida, y por tanto no fácilmente explicitable, de todo lo que se llama laicismo está precisamente aquí. No se trata de una mala propensión como por ejemplo cuando se sigue el robo, la injusticia, la mentira. El pecado consiste en decir que no hay necesidad de escuchar a Dios, que no es
He aquí el pecado fundamental del que depende todo el resto, al que están sujetas todas las faltas personales. Para Pablo la distorsión fundamental es la de no reconocer al Dios del Evangelio; es la tendencia a negar que el hombre está hecho para escuchar a Dios, para vivir de su Palabra; es el rechazo instintivo y diabólico en sí de dejarse amar y salvar por Dios y de vivir de su amor. Este rechazo puede asumir, como en Pablo, incluso el tinte de celo: dándoselas de su tradición, de su honorabilidad, él rechaza de hecho la misericordia de Dios como determinante para su vida.
Es el pecado que verdaderamente tiene necesidad de ser curado en hombre, para que se cure la raíz de las obras de la carne. Injusticia, maldad, codicia, malicia, envidia no son simples fragilidades y debilidades, sino que tienen un origen más profundo.
Al hablar de este pecado, Pablo se desconcierta porque, refiriéndolo a sí mismo y a todo hombre, subraya que es invencible: “Sabemos, en realidad, que
Es una impotencia humana, histórica, misteriosa, paradójica hasta tocar el absurdo. El hombre desea el bien, pero se da cuenta que no lo realiza. Condicionado por los acontecimientos, por las tensiones, por las dificultades, por las oposiciones que tiene que superar, se endurece y, endureciéndose, se cierra en sí, se parapeta contra las dificultades, se encierra en la posesión y en la autodefensa, y así rechaza la dependencia de Dios, de su Palabra y de su misericordia.
En los peores casos queda el hombre revuelto y niega la trascendencia de Dios. En los mejores casos , el hombre llega a vivir en el dualismo, por lo cual en los momentos buenos le parece estar dispuesto a escuchar
Pablo toca con aquel “pecado que vive en mí” la profunda miseria del hombre, difícil de comprender, pero que se puede experimentar en los efectos, en las consecuencias, en las situaciones históricas.
Estas meditaciones están recogidas en el libro “Las confesiones de San Pablo”, editadas por



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