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viernes, 19 de septiembre de 2008

Cartas de María Gracia (17)




Erase una vez... el pecado

Algunos sacerdotes se han equivocado de profesión y esa es la causa de muchas deserciones de católicos (debo puntualizar que éste es más un problema del pasado que del presente. Salvo excepciones, quien hoy elige el sacerdocio como proyecto de vida es porque la llamada que ha recibido es clara). Sobre esta idea he ido tejiendo mis dos últimas cartas, y este asunto nos lleva a un tema tabú en nuestra sociedad secularizada: el pecado. Cuántas veces no hemos oído frases de esta jaez: “El pecado no existe”, ”El pecado es un invento de los curas para amargarnos la vida”. “Vive de acuerdo con tu conciencia y duerme tranquilo, que la vida son dos días”, y frases por el estilo.

Estoy de acuerdo con lo de que hay que vivir de acuerdo con la conciencia si se me contesta a esta previa: ¿con qué vitaminas estamos alimentando nuestra conciencia? Si las proteínas son salsa rosa y Aquí hay tomate, por poner nombres de programas con sabores alimentarios, si nuestra conciencia está alimentada en estos valores, sabéis lo que os digo: que estamos tragando desechos a mansalva. Nos vamos a quedar anémicos, sin substancia. ¿Sin conciencia?

Si por el contrario, esta conciencia está alimentada por valores auténticos, entonces sí que puedes olvidarte de los ‘pecados’ y atenerte exclusivamente a los dictados de tu conciencia, convertida en ama y señora de tu vida, con la condición de que te apliques esta sencilla regla de comportamiento como norma general de conducta: trata a los demás como te gustaría que los demás te trataran a ti. A todos, sin excepción. No sólo a tus amigos, también a los que no lo son, pero sin hipocresía, ¡Eh! ¿Lo has entendido bien? Pues si tu conciencia está alimentada con nutrientes que te permiten actuar así, es capaz de eso, ¡Alégrate!, no debes temer a los pecados, porque eres más fuerte que ellos. Tu organismo tiene arrestos suficientes.

Desgraciadamente no son muchas las personas que actúan así. ¿Sabes por qué?: porque el pecado existe. No es un invento para fastidiarnos. Es bueno ser inocente, ¡pero no peques de inocencia, hombre! ¡Acaso no ves toda la maldad que hay en este mundo! No hace falta leer los periódicos o encender la televisión para verlo, sólo hace falta abrir cada mañana los ojos y mirar. Precisamente el mal de nuestro mundo ¡es que el mal existe! Y el mal no es más que el fruto del pecado. Digámoslo al revés: ¡ojalá no existieran los pecados! Eso querría decir que el mal habría desaparecido. Uno es el resultado del otro. El mal es un padre que tiene siete hijos. Sí, son siete. Ni uno más ni uno menos. Todo está inventado y no seré yo quien descubra la sopa de ajos.

La próxima semana os hablaré de estos siete enanitos, y no es un cuento.

MARÍA GRACIA

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